viernes, 2 de junio de 2017

No rompamos este amor

El otro día recordé lo que vi hace unos meses y decidí contarlo. Me acuerdo de aquel jovencito (échale unos diez años) que se dirigía a la capilla mientras que yo paseaba por la calle Temprado. Me llamó la atención la brillantez de sus ojos. Transmitían preocupación, responsabilidad, alivio y fuerza; todo a la vez. Fascinado, decidí entrar en la capilla tras él. A la luz de un par de velas, encontré al chico arrodillado ante una imagen de la Virgen, que por lo que me dijeron más tarde tenía culto en México y Extremadura. Ésta era de una belleza espectacular. En fin, que una vez que el chico se levantó, dejó una rosa a sus pies. Cuando él se marchó yo me acerqué a ver la rosa, que tenía una nota atada. Ésta decía (con letra infantil): "Dale un beso al abuelo". En ese momento se me vino a la cabeza todo un mensaje de emoción y sentimiento.

Pero fue una sorpresa para mi que no fuera a ver algo así por primera vez. Hace poco me acerqué a un besapiés que había en San Ildefonso y me llamó la atención los besos acompañados de lágrimas. Intento entrar en la mente de cada una de esas personas y visualizar lo que se les pasa por la cabeza, qué recuerdan y qué sienten. Estas personas están llenas de amor y de agradecimiento.

También me estoy acordando ahora de aquellos momentos que me contó una amiga mía que vivió cuando era pequeña. Su madre, junto con otras mujeres, se encargaban de vestir a su Virgen. Ella, con tan poca edad, se sentaba en el banco y movía sus piernas que ni llegaban al suelo mientras veía a estas mujeres dando los últimos retoques al tocado de la imagen en el paso. Más de una vez vio como alguna lágrima caía por el rostro de su madre, algo que antes no comprendía. Ahora es ella la que siente lo mismo que su madre siguiendo la tradición que ésta le inculcó.

Hoy, volví a pasar por la calle Temprado y vi la capilla abierta. No estaba aquel chico al que me hubiera encantado conocer, pero sí pude hallar a los pies de aquella Virgen una nueva rosa con una nota. Esta vez decía: "Ahora mi abuela está allí para darle un beso, pero no los dejes nunca". Leer un mensaje tan diferente no me causó la misma impresión que la primera vez, creo que porque ya he visto tantas muestras de amor tan parecidas, tan cariñosas, tan emocionantes, que mi corazón lo único que hace es alegrarse cuando las vuelve a ver.

Ahora he cogido la costumbre de acercarme todas las mañanas a poner una velita a San Judas Tadeo, que dicen que es muy milagroso (¡Y tanto! porque a veces me cuesta entrar con tanta gente que acude a él) y no pierdo la esperanza de que se cumpla alguna causa que creía imposible. También, en tiempo de Cuaresma he visto a muchas personas acercarse a los templos. Se sientan, oran, hablan con Dios, y se marchan. Personas mayores y jóvenes realizan esta tradición que me parece maravillosa y moralizante. Mi amiga me habla de su gente y de su tan arraigada Fe. Le comenté todo lo que vi y ella me dijo que lo hacían por amor verdadero. Nada más. Intentan buscarle el lado positivo a la vida y agradecen este valioso regalo viviéndola día a día. Consideran que están constantemente aprendiendo de la vida, de sus pros y sus contras. Y por nada del mundo están frustrados, enfadados porque la vida les de la espalda. Buscan otra salida, una solución, la belleza colateral, conectar y seguir adelante.

Veo en ellos la fuerza que vi en los ojos del niño, y siento que son afortunados. Tienen una Fe que les mantiene vitales y eso es lo que me ha inspirado a escribir sobre ellos. Por nada del mundo rompamos este amor tan hermoso que da vida.


Pablo Rodríguez


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