Estoy más que seguro de que todos estamos deseando que llegue pero que no se vaya tan deprisa. Empezamos con la cuenta atrás desde Navidad, Año Nuevo, Cuaresma es el colofón, y en cuanto se marcha, comenzamos otra vez de nuevo. A tan solo 7 días para lo que llevamos esperando todo el año, no se puede decir que no se noten nervios, ansias, entusiasmo, y un sinfín de sentimientos que se perciben cuando los vellos se ponen de punta.
Pensar que cuarenta días son muchos en los que hacer una variedad de cosas, pero que cuando nos damos cuenta, se han esfumado. La gloriosa Cuaresma puede vivirse de muchas maneras: uno puede pasarse todos los fines de semana de besamanos, mientras que otro se conforma con visitar al Cristo que desde pequeño rezó. Finalmente cuando uno tiene planteado hacer de todo esta Cuaresma, parece que con lo único que ha podido quedarse es el Vía Crucis que vio pasar, ¡pero que momento tan especial!
Es cierto que la vida se pasa rápido y hay que vivirla al máximo, pero los momentos hay que saber saborearlos. Para uno, su Cuaresma puede basarse en aquel ensayo que vio pasar por la noche, en el olor tan embriagador del incienso y junto a él, el azahar, en acudir a su misa diaria y ver levantado en la Iglesia un impactante templo de cera, o simplemente en la torrija que le tenían preparada en casa. Una Cuaresma puede ser tan simple pero a la vez tan grande...
Con respecto avanza el tiempo, hay un cambio radical, los templos permanecen más tiempo cerrados, y cuando nos disponemos a entrar a ver qué ha pasado dentro, nos encontramos con otros maravillosos templos andantes que comienzan a erigirse dentro del mayor. Y no es raro pararse a observar los detalles, la delicadeza, y el tiempo de dedicación que han tenido unas personas, en una labor tan grande y a la vez tan bonita. Sobre estos templos se lleva el Mensaje, la Palabra, y como decía Machado: "...la Fe de mis mayores...". La señal no puede ser más clara, esto ya está aquí.
La Cuaresma se acaba, la espera se acorta, el tiempo se agota, y no puede saberlo uno mejor que observando los escaparates en las tiendas, el olor y simplemente el ambiente, el montaje de los palcos, las obras en las calles, las marchas en la voz de un transeúnte, y cómo no aquella rampa de ilusiones que ya espera el momento.
Somos tan afortunados de tener una tradición tan hermosa, que tanto la echamos de menos como que no la olvidamos nunca. Esta Semana que tan cerquita tenemos, es algo que asombra a los que la desconocen, que observan con admiración los detalles, se extrañan por la música que los acompañan, y que posiblemente no entiendan a la persona que se le escapa alguna que otra lágrima, pero incluso envidian ese sentimiento. Todo esto es algo tan efímero, es tal el amor que le tenemos, es tal la pasión de las personas en estos últimos días, que no queremos que se acabe nunca, pero siempre regresa, y lo más importante, permanece en nuestra mente, en nuestro corazón, porque esta Semana hay diferentes formas de vivirla, pero siempre emociona.
Fotografía: Juan Jesús Ruiz
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